Me hubiese gustado que las cosas entre nosotros hubiesen acabado de otra manera, pero la verdad es que me lo pusiste muy dificil. Puedo entender que te sintieses traicionada al ver que me iba con otra y quisieses hacérmelo pagar. Aunque fuese económicamente. Pero inventarte que te debía dinero... Eso estuvo muy feo.
Te estuve llamando durante meses para intentar aclarar las cosas. Nunca quisiste hablar conmigo. En lugar se eso comenzaste a acosarme a base de cartas amenazadoras. Que si me ibas a denunciar... Que si me ibas a embargar las cuentas...
Lo más alucinante del caso es que en plena espiral de amenazas tuviste la desfachatez de proponerme volver. ¿Volver? ¿En serio crees que me puede apetecer volver con alguien tan esquizofrènico como para declararme su amor y al mismo tiempo acusarme de estafa?
La gota que colmó el vaso fue la carta en la que una empresa de cobro de impagados me notificaba que había sido incluido en una lista de morosos. Ese día me dí cuenta de que ya no podía seguir ignorando tus amenazas. Había llegado el momento de actuar.
Busqué asesoramiento profesional... Hice un montón de llamadas... Adjunté toda clase de documentos... Acudí a un par de conciliaciones... Y finalmente esta semana he recibido una carta que pone las cosas en su sitio. Así que ya sabes. Se acabaron las amenazas. Se acabó el acoso. Has perdido. Deja de llamarme. Ahora soy yo el que no quiere hablar contigo. Si tienes algo que decirme hazlo por escrito, porque tu teléfono ya está en mi lista de números rechazados.
Fin de la comunicación. Solo que me queda una última cosa por decirte: ¡Francamente cariño, me das asco!
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